jueves, 10 de marzo de 2011

Otra de comida

Sigo diciendo que no tengo nada que comer a media tarde ni una madre que me cocine (cómo ya expliqué anteriormente). Pero no puedo evitar tener un hambre terrible que me es imposible erradicar por no tener más caldera en el bolsillo.

Hoy recuerdo la cafetería que tenía la universidad de North Texas, dónde estudié el año pasado. No solo tenían todo tipo de comidas, desde gachas y brocoli para los vegetarianos mortecinos hasta pollo y bueyes para los sangrientos carnívoros, sino que además abrían de siete de la mañana hasta las dos de la madrugada. Es difícil describir con palabras la belleza de los atardeceres comiendo paninis y zanahorias sentados en asientos acolchados con bordados de flores y esuchando clásicos de los ochenta.


Son las cinco y media de la tarde y el hambre está acabando conmigo desde dentro. Matando mi energía y mis esperanzas de supervivencia. Lo único que puedo hacer, al verme confinado en la universidad por motivos de trabajo, es bajar a la maquina expendedora y tratar de encontrar algo que se parezca a aquellos combinados de jamón y queso que sabían a magnífica gratuídad.

Pablo Ibarburu Blanco

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